“Promover la participación familiar en la escuela fortalece una sociedad democrática”
La profesora Patricia Redondo (Buenos Aires) lleva más de cuarenta años dedicados a la educación y, más concretamente, al desarrollo de nuevos planteamientos educativos de las zonas más pobres de América Latina. Su intenso trabajo de investigación se ha visto reflejado en distintas publicaciones, como es el caso del exitoso libro Escuelas y pobreza: Entre el desasosiego y la obstinación (2004). Redondo también forma parte de FLACSO-Argentina, la prestigiosa institución académica que lucha por la construcción de democracias latinoamericanas. Su extensa experiencia en el ámbito de la educación nos permite comprender las causas que han provocado el distanciamiento entre padres y maestros y la importancia de una participación activa de las familias en las propuestas educativas.
¿El vínculo entre padres y maestros se ha roto? ¿Hay desconfianza entre ambos?
Yo no diría que está roto, pero sí que está atravesando un periodo de mayor complejidad. En el pasado las familias aceptaban con absoluta confianza lo que decía y hacía la escuela, de manera que los docentes tomaban el vínculo como una relación sin cuestionamiento. En cambio hoy en día es una relación cruzada por encuentros y desencuentros, construida por un conjunto de tensiones que pueden provocar crisis y conflictos entre instituciones. El problema surge porque las escuelas esperan familias modélicas y tradicionales que no existen, y por otro lado ellas buscan educadores que no son reales.
¿Son posibles, sus respectivos puntos de vista?
Son posibles en la medida que se cambien algunas cuestiones. En el caso de los maestros se deben poner en cuestión los propios puntos de vista. Un punto de vista siempre representa una posición de poder, y los educadores estábamos muy acostumbrados a decir qué había que hacer y cómo se debían criar los niños. No escuchábamos las opiniones de las familias. Debemos abandonar esa posición y esa mirada homogénea que solamente cree en un modelo de familia nuclear, donde hay un padre, una madre y unos niños armoniosos, en definitiva, una familia modélica. Se trata de una imagen que no es real y que viene producida por los medios de comunicación de masas. Debemos aceptar que nos encontramos ante una mayor diversidad de modelos familiares, así que necesitamos instituciones más diversas. De esta manera facilitaremos la comunicación con las familias y reduciremos las tensiones entre ambas partes.
¿Qué beneficios obtienen las escuelas que apuestan por la participación de los padres en los proyectos y actividades en el aula?
Una escuela que objetivamente promueve la participación de los grupos familiares es una escuela que piensa en el sentido de lo público y fortalece el modelo democrático de la sociedad. No se trata de que las familias participen en un acto escolar únicamente, sino que formen parte de la propuesta educativa de la escuela, que puedan opinar y proponer nuevas alternativas. Para construir democracias es esencial crear escuelas democráticas que promuevan su práctica.
¿Se puede dar el caso de que una participación familiar muy constante acabe siendo excesiva?
Depende. Cuando yo pienso en participación no pienso en términos de presencia. Hay que tener en cuenta que hay familias que tienen horarios laborales que les impiden poder involucrarse activamente en la escuela, por eso tenemos que lograr que todas ellas puedan hacerlo de distintas maneras. Creo que la participación no pasa exclusivamente por la presencia dentro de la escuela sino por estar vinculados con el contenido de la propuesta educativa. Los maestros deben elegir la vía de comunicación más adecuada para conseguirlo, teniendo en cuenta los distintos casos que se les presentan.
Centrándonos en un ámbito más político y social, ¿cree que en los últimos años se han promovido en exceso las escuelas selectivas, olvidando las dificultades de acceso de las familias con menos recursos?
Sí, pero están naciendo algunas propuestas para combatirlo. Por ejemplo, en los últimos diez años en América Latina se han intentado derrotar algunos proyectos neoliberales de educación más selectivos a través de nuevas leyes. Todas ellas tienen como objetivo promover la participación y eliminar las posiciones subalternas. Se trata de un proceso complicado porque en el interior de los sistemas educativos se han ido creando unos circuitos escolares en los que se ha establecido que los niños más empobrecidos van a escuelas más empobrecidas. El problema que surge, a menudo, es que no se tienen los medios suficientes para combatir este proceso. A veces cuentas con los profesores pero no con las ayudas de políticas de gobierno específicas para poder alterar las relaciones de desigualdad.
¿Qué significado tiene la escuela para los niños y familias que viven en la pobreza?
La escuela tiene muchísimo significado, tiene la posibilidad de verificación y la responsabilidad pública de la igualdad. Es necesario ofrecer a todos los niños, sin importar su condición, la visión de todos los mundos, no solo del propio. La escuela y la nueva educación pública tienen que aspirar a enseñar lo máximo y mostrar todos los repertorios culturales posibles. No debemos quedarnos con la creencia de que los niños que menos tienen solo necesitan comida, al contrario, necesitan una oferta cultural muy amplia. Debemos ofrecerles todo lo que esté en nuestras manos.
La situación social de la familia afecta directamente al desarrollo del niño en la escuela. ¿Cómo deben actuar los docentes en estos casos?
Es una docencia diferente, una docencia, desde mi punto de vista, rebelde y apasionada. El maestro debe ser ávido y debe perseguir un sueño, el de conseguir que esos niños tengan una vida mejor. Si este está fatigado y va a trabajar pensando que sus alumnos acabarán en el cajero de un supermercado, debe dejar la docencia. Nosotros, los maestros, tenemos una relación con el tiempo que es utópica; no trabajamos para el hoy, trabajamos para el mañana. Nunca vemos el mañana, por eso debemos representarlo en términos imaginarios. Si estamos fatigados no lo conseguiremos. Hay que tener claro que ese niño que tenemos delante tiene el mismo derecho de conocer a Bach, a Mozart o de aprender física que el resto de niños, no debe haber diferencias, debemos abrirles un camino de su futuro.
¿Cómo caracterizaría la escuela actual?
La escuela actual se encuentra en un proceso de transición que puede desembocar en dos caminos distintos. Por una parte, tenemos la agonía de la escuela pública, una agonía que se enmascara en una utopía tecnológica, como si estas nuevas tecnologías resolviesen lo que un profesor no puede hacer. Por otro lado, hay mucha esperanza. Veo que hay nuevas generaciones de profesores y de jóvenes que miran hacia otros horizontes, que conjugan otras ideas y que escuchan nuevas historias. Uno sabe que la historia no es lineal y que las alternativas pedagógicas de otras épocas pueden volver a florecer. Confío plenamente en esta historia, y sobre todo en las nuevas generaciones, para que la educación pública tenga una nueva oportunidad.
¿Qué cambios quedan por aplicar?
Creo que debe alterarse la relación con el espacio y el tiempo, abandonar el formato tradicional y construir una relación educativa democrática con los estudiantes y los grupos familiares. Deben acogerse las familias, no en términos de rituales sino en términos efectivos de participación en la propuesta educativa. Es necesario que los niños también tengan voz propia.